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En una Sevilla a oscuras, la muralla y su veintena de puertas y postigos daban cobijo a maleantes de todo tipo. Brujas, contrabandistas, granujas, delincuentes de todo tipo y calado. Tal era el miedo que los vecinos tenían al extrarradio que confabulaban historias sobre fantasmas. Algunas más creíbles que otras. Leyendas que servían de advertencia para aquellos que tenían aprecio a la vida. Muchas se han desmontado con los años, otras siguen vivas en el imaginario colectivo.
Las inmediaciones de la puerta del Sol, situada al término de la actual calle del mismo nombre, era frecuentada por dos fantasmas que atemorizaban a los soldados franceses que invadieron Sevilla en 1810. En los años que duró el gobierno del mariscal Jean de Dieu Soult, los gabachos gozaron de la enemistad de los sevillanos. En muchos casos granjeada por las fechorías que las huestes napoleónicas perpetraron.
«En una Sevilla sin alumbrado público», explica el periodista Juan Miguel Vega, autor del libro ‘Veinte maneras de entrar en Sevilla’, «se difundió el rumor de que dos fantasmas degollaban a los soldados franceses que se adentraban en la oscuridad». En realidad, «esos dos fantasmas eran dos hermanos, Los Rojos», que mataban a los gabachos para vengar a su hermana, violada y asesinada por los invasores. Ambos fueron apresados y fusilados y la leyenda se diluyó con el paso de los años.
Otra zona poco recomendable en la Sevilla de la muralla, derribada en su mayoría a finales del siglo XIX, fue el Patín de las Damas, un paseo próximo a la Puerta de La Barqueta, que sería lo que es hoy la calle Resolana. Allí había un dique donde rompía con fuerza el Guadalquivir. El mirador, por su proximidad a la zona de la Alameda de Hércules y la Macarena, degeneró con el paso del tiempo y fue ocupado «por gente poco recomendable», detalla Vega, comisario de la exposición ‘Puertas de Sevilla. Ayer y hoy’, que se puede ver en el Espacio Antiquarium hasta el próximo 22 de febrero.
Los vecinos intercambiaban diversas leyendas de fantasmas asiduos a esta zona próxima al río, «cuando en realidad eran maleantes», defiende el periodista. «Se te daba el oscurecer te arriesgaba a que te rajaran», puntualiza. «Hay que pensar en una Sevilla totalmente a oscuras, la noche de hoy nada tiene que ver con la de entonces», detalla Vega. «Así se explica que Don Juan Tenorio entrase en las alcobas para hacerse pasar por el marido de las mujeres a las que acechaba», señala. «Algo que viendo la noche como la conocemos nos parecería impensable», apostilla.
En otros casos, los fantasmas escondían propósitos más propio de los mundanos. La pillería llevaba a muchos a inventar tretas fantasmagóricas para infundir el temor a los vecinos para que evitaran discurrir por las puertas o la muralla cuando caía la noche. La ausencia de testigos daba carta blanca a los contrabandistas, que aprovechaban la oscuridad para meter o sacar mercancías de la ciudad y evitar el pago del canón impuesto por las autoridades. «Detrás de muchos de esos fantasmas se escondían funcionarios públicos», subraya Vega.
De la nómina de fantasmas hay algunos que todavía están presentes en el imaginario colectivo, es el caso de la bruja Tomasa, que vivía en la Torre Blanca, también conocida como Torre de la Tía Tomasa o simplemente Torre de la Tomasa. Con ella vivían dos duendes, Narilargo y Rascarrabia, que se dedicaban a asustar a la los vecinos. «Eran -concluye Vega- los duendes del barrio».
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